La salud emocional es parte fundamental de la salud integral. De manera similar a cómo nuestro cuerpo físico experimenta dolor, todos vivimos heridas emocionales que dejan cicatrices internas. Estas cicatrices, aunque a veces no sean visibles, pueden manifestarse en forma de vergüenza, pérdida o frustración por sueños que parecen inalcanzables, culpas o se manifiestan sus secuelas al observar el discurso interno con el que nos dirigimos a nosotros mismos.
Reflexionar sobre nuestras heridas puede resultar difícil; a menudo preferimos reprimir el dolor en lugar de enfrentarlo directamente y muchas veces, ni siquiera somos conscientes de la magnitud de esas heridas y de cómo nos afectan en nuestra salud emocional.
Sanar significa hacer espacio para ese dolor, aceptarlo y permitir que evolucione. Este proceso es único para cada persona y depende de diversos factores.
Dejar ir puede ser un acto liberador que abre la puerta a nuevas oportunidades y experiencias en nuestra vida.
Parte del proceso de sanación implica identificar nuestras necesidades emocionales y, así como una herida física requiere cuidado, nuestras emociones también necesitan tiempo para curarse.
En ocasiones, intentamos sanar demasiado rápido, impidiendo que la herida «cicatrice», lo que solo prolonga el sufrimiento. Es poco común que el proceso de sanación, tanto físico como de salud emocional, ocurra de manera lineal; habrá altibajos.
El camino hacia el bienestar emocional y mental requiere paciencia, aceptación y, sobre todo, amor propio. Conectar con nuestras emociones más profundas y darles espacio es fundamental. Aceptar el dolor es un acto de compasión, y solo con esta actitud podemos avanzar y superar incluso los momentos más oscuros.
Y aprovecho para invitarte al próximo taller que impartiremos en Casa Revuelta, donde crearemos un escenario para el autoconocimiento y trabajo con heridas de la infancia a través del teatro.